Mirar desde lo profundo
Marta Traba escribió el
ensayo «Mirar en Caracas» en 1974, el mismo fue punto de partida para la
compilación que hizo la Biblioteca Ayacucho de la misma autora titulado «Mirar
en América»,
donde se recogen una serie de trabajos sobre críticas de arte desde una visión
profunda de Latinoamérica. Me basaré fundamentalmente en el primer texto citado
para tomar unas ideas que son relevantes para lo que se ha denominado estéticas
decoloniales, lo cual indica que desde hace muchos años ha existido la
inquietud de percibir nuestra esencia humana.

Inicia el texto por la
visión que un extranjero puede tener de una ciudad como Caracas a principios de
los años 70, donde resultaba difícil comprender el enfoque progresista y
cosmopolita conciliables con las autopistas y los ranchos, los ranchos y
conjuntos habitacionales diversos, las colinas que abarcan el camino antiguo en
la vía a La Guaira, con la asepsia de los centros comerciales. Es decir
contrapone diversos elementos que integran un desorden donde la modernidad se
expresa en conjunto con la miseria de la bestial explotación económica y
social, panorama que desde entonces hasta hoy poco ha cambiado en su esencia
aunque ciertamente se ha agudizado con nuevos y diversos elementos, donde
riquezas extraordinarias y los mejores café pueden ocultar –o pretenden
ocultar– la forja de diversa confrontación con la pobreza.
Asume Traba que quizás
sea pertinente revisar cómo las vanguardias miran solamente al futuro omitiendo
lo pasado y lo presente como hacen las vanguardias internacionales, en razón de
lo cual desconfía de este movimiento porque se lanzan a espacios desconocidos
sin más finalidad e incentivo que la aventura; porque el mundo del arte en la
modernidad lleva las de ganar quien primero presenta un espectáculo para
quienes detentan el poder e imponen a su vez una forma de conocimiento. En el
entendido que las vanguardias son representación del tipo de sociedades
altamente industrializadas, donde la influencia de los medios de comunicación
ha impreso una «marca indeleble» sobre el proceso de creación artística, donde
la coherencia y dinámica interna de la creación fue obviada «y pasó a avanzar a
saltos, como la historia, marcado por peripecias y acontecimientos, en lugar de
definirse como un acto de reflexión de grupos capaces de crear modelos donde la
comunidad quede expresada y representada»,
impuesta desde nuestros propios artistas que la han copiado, por lo que llega a
preguntarse ¿A qué se debe, entonces, la enfermedad de las vanguardias?
Inquiriendo que se debe a algunos artistas que ven el mundo de manera
indeleble, con poca visión de originalidad y fecundidad.

Es necesario tener
presente que vivimos en un mundo diferente a Europa y Norteamérica, y es
importante en tanto la modernidad pretende borrar las diferencias entre unas y
otros para que asumamos sus características, para que les imitemos de la más
burda manera, de modo que las
vialidades, los avisos luminosos generan un espectáculo que pretende imitar las
urbes mundiales, dejando de ser aquello que representamos, somos y sentimos.
Dejando de ser nosotros mismos para
asumir lo que otros son y donde la pasión por las vanguardias conllevan el
mayor desprecio a la personalidad y a la creación con una impronta personal. Afirma
Traba «esa horrenda costumbre de las más horrendas ciudades americanas, como
Los Ángeles o Miami, de carecer de médula, columna vertebral, cabeza, tronco, para descuartizarse en torno a la ritual
monotonía de los centros comerciales, también ha atacado a Caracas», pero
asimismo ocurre con cualquier otra ciudad venezolana, ya sea Valencia,
Barquisimeto, Acarigua, Araure, Barinas o San Cristóbal, que han sido tragadas
por la estética de los centros comerciales y de sus imposiciones culturales. Continúa
señalando, así que para mirar una ciudad de las mencionadas «hay que pasar de
centro en centro, de mundo igual a mundo igual, de figurita repetida a figurita
repetida, con los mismos alucinantes reencuentros de los mismos
carteles, los mismos bancos, los mismos negocios».
A estas perspectivas
del arte europeo y norteamericano, Marta Traba presenta una tercera alternativa
que no pretende escoger ni depender «de uno o de otro sistema, sino la de
caminar con piernas propias», lo cual resulta impensable para algunos críticos
de arte de la modernidad y a la vez «tan ineluctable parece ser nuestra
condición de colonizados culturales», porque deben romperse los métodos y
propuestas de uno y otro, ya sea europeo y norteamericano, de las cubiertas de
las formas de vida baratas que nos han impuesto en la barbarie consumidora de
la modernidad y el mercado. Aunque para el desdeño de Europa, la displicencia
se expresa al extremo de la casi inexistencia.
El dinero que circula
en Venezuela por la economía petrolera permite acentuar estas percepciones
limitadas del arte, por cuanto los sectores pudientes han logrado comprar con
prolijiosa animosidad y munificencia una cantidad inusitada de obras como forma
de mantener vistosidad de cierto estatus; a la par de ser un patrimonio
susceptible de evaluar. El poder del cinetismo o de algunas obras de teatro que
se mantienen en cartelera a pesar de su deficiencia, por ejemplo, se debe a que
este arte «goza de favores, prebendas y fortuna que lo mantienen en cartelera.
Mientras hay demanda, hay producto».
Se hace necesario entonces comprender este movimiento donde las
«minorías creativas estimuladas por las minorías adineradas, produciendo una
indescriptible confusión donde los valores se trastocan», con otro esfuerzo
creativo, que con lucidez afronte el hecho estético desde la visión de lo que
hemos sido, de lo que se ha impuesto, de lo que somos y de lo que queremos ser,
generalmente son creadores solitarios de profundo pensamiento crítico cuyas
obras son desestimadas porque marcan punto contracorriente. Argumenta Traba «es
imposible que un pueblo tan estupendo como cualquier otro latinoamericano,
fortalecido por las mezclas étnicas, en la órbita de esa inagotable maravilla
que es el Caribe,
viviendo casi ininterrumpidamente desde la Independencia en un vivac político,
lleno de tremendas contradicciones, capaz como pocos de sobrellevar sus
infortunios con una bravura legendaria, se conforme con mirarse en los espejos
deformantes de los feriantes artísticos de turno, sean norteamericanos o
europeos»
La posición se trata de
romper la dependencia, el silencio, el mimetismo, porque si bien el arte puede
desarrollarse a la par, no de universalismo que impone Europa y Norteamérica,
sino del pluriversalismo que posibilita reconocernos como pueblo, con una
impronta diferente, con un potencial que deja los intersticios de la creación
del amor, de lo que somos y por qué somos parte de este pluriverso.
En América desde el
tiempo de invasión y conquista se han impuesto diversas formas de violencia que
caracteriza el acto de conquista, tema que no escapa a la autora ni lo obvia
pero « si éste es un país violento refrendado por sus escritores como tal y
conducido a la violencia con espantable y sistemática regularidad por sus
procesos políticos, ¿en qué cara de Venezuela queda el triunfo de un arte
neutral, apolítico, de investigaciones y de juegos, de diversiones y
entretenimientos ópticos? En el reverso de esa realidad mensurable, existente,
que constituye un concreto y dramático anverso»
¿El «artista» se
presentará entonces ajeno a estas realidades o buscará en sus intersticios el
espacio para sembrar esperanzas y luces? La o el artista debe romper el
mimetismo insípido, sus propios miedos, para afrontar las esperanzas. Por ello la
autora presenta dos niveles del hecho creativo «1) como hechos creativos
originales y, 2) como
hechos creativos cuya originalidad revele al mundo la existencia de un sitio
llamado Venezuela, está, creo yo, muy lejos de haberse resuelto», donde la
realización debe buscarse por estructuras colectivas de pensamiento y reflexión
sobre el hecho estético que tome conciencia del problema de la identidad del
pueblo venezolano, más allá de proyectos personales, donde la obra retome la
capacidad organizativa y el mensaje de esperanza y optimismo a pesar de las
dificultades, más allá de considerar la obra como objetos sacros.
Formas de mirar en específico
Ver una obra de arte,
una creación estética no es un oficio que se parezca a ningún otro. Requiere
tener espíritus análogos para subrogarlos, para resucitar sus ideas y
sentimientos. Crear una obra necesita entonces de una sensibilidad que permita
captar las ideas de la creación e imaginarlas antes de gestarse, de sentirse,
de meditarse. Situarse como observador de una obra, sea de pintura, escultura,
teatro, música, canto, danza, audiovisuales implica entonces colocarse en el
plano del diálogo con el autor, no en el de juez, sino de comprender las
motivaciones profundas. Por lo general una persona
sensible ama la obra de arte por su significado mismo desde el desafío del
significado. En la construcción se bosquejan diversas ideas hasta llegar a una donde
se manifieste la fuerza de la creación. Luego se perfecciona en detalles, una
obra de arte cubre los detalles a la perfección, pero ella en sí no es un
detalle, recuerda Da Vinci.
El artista es un esteta
en el entendido de la relación con el ser humano y la vida misma; a saber de
los sentidos: vista, gusto, olfato, tacto, oídos que pasó a partir del siglo
XVII a definirse como sensación de lo bello y sobre esta premisa se estableció
un canon de belleza universalmente aceptado, porque provenía de los lugares
donde se ejerce el poder. Es pues la imposición de
determinadas sociedades sobre otras, de sus sistemas y valores, económicos y
sociales que crea una colonialidad del poder que su vez impone una colonialidad
del saber, esta indica que unos son los que saben y los otros ignorantes y objetos
de estudio de esta sabiduría y bajo estos patrones, en consecuencia también se
imponen unas formas determinadas de creación en la pintura, escultura, música,
danza, teatro, cine y toda creación humana. De manera que esos cánones
estéticos no son, más ni menos, que manifestaciones de la colonialidad del
saber, sobre la cual nos han convencido de ser la única posibilidad y por ello
múltiples creadores no pasan de ser copias más o menos recreadas de esos
parámetros.
La comprensión
dialéctica entre el hacer la obra y quien disfruta de ella son complementarias,
donde las experiencias van llenando los vacíos de ideas que generan nuevas
propuestas y pensamientos, nuevas formas de hacer, muchas veces simplificando
elementos y recreando perspectivas y posiciones, venciendo inquietudes antes y
aun después de realizar la obra, de pensar en esta y cómo será la próxima todo
está ligado al fenómeno de ver, oír, palpar, oler, degustar porque arte
«significa adivinar cómo, cuándo y por qué debemos entregarnos para encontrarlo
y encontrarnos».
La búsqueda estética
entonces debe estar presente desde lo que fuimos, lo que somos y las
aspiraciones que tenemos, comprender la modernidad implica asimismo asumirla
desde la crítica creativa, desde el estudio y sobre todo de intentar romper con
los cánones y conocimientos impuestos como «belleza universal» realizar una
búsqueda profunda de los parámetros de belleza «pluriversal».
Referencias
Mignolo, Walter
D. «Aiesthesis decolonial». Calle14, volumen
4, número 4, enero - junio de 2010, págs. 10-25.
Otero,
Alejandro. «Saber ver» y «Para acercarse a Alejandro Castillo», ambos textos
en: Ensayos venezolanos para jóvenes. Caracas, Fundación Metrópolis-Ministerio
de Cultura, 2006, págs. 21-28.
Traba, Marta. Mirar en América. Selección, prólogo, cronología
y bibliografía Ana Pizarro. Presentación Juan Gustavo Cobo Borda. Caracas,
Biblioteca Ayacucho, Colección Clásica Nº 218, 2005, págs. 212-219.
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